Creo que me estoy
enamorando.
Sabía que venía a
librar una guerra, a meterme a solas en el bosque, a mirar a la cara a los
demonios, a gritar febril al viento bajo cero. Y sabía que ese día llegaría.
Hoy nos hemos
visto por primera vez, al menos como nunca lo habíamos hecho antes. Suponía que
un día se presentaría aquí, por sorpresa, pero he de reconocer que no esperaba
verla tan pronto. Sin avisar, ha aparecido ante mí, solemne, elegante,
dejándose ver con ese aire afrancesado, como su nombre. Estaba preciosa.
Yo tampoco me he
escondido. ¿Para qué? Tenía ganas de afrontar el momento, así que hemos buscado
un lugar público donde estar a solas y nos hemos mirado a los ojos. El primer
abrazo lo ha dicho todo.
Apenas hemos
hablado. Pero sé que está dispuesta a que desate sobre ella toda mi furia, a
que me vacíe por completo hasta caer exhausto. Esa sería su victoria.
Sé que sabe que
necesito esa muerte: desplomarme sobre la nieve y permanecer oculto hasta el
deshielo.
He esperado mucho
este momento. Toda esta tregua de silencio que ambos hemos respetado se ha
hecho eterna, pero era necesaria. Y ahora que nos tenemos frente a frente, de
esta manera tan suya, entiendo que viene a por mí a cualquier precio.
Sabe que un día
estallaré, lo tiene asumido y no le importa. La noto cambiada, como más pura y
sabia. Pero hoy no. Hoy no voy a hacerlo. Al menos no esta noche. Hoy me
entrego al júbilo de este momento tan deseado, tan nuestro.
Sé que no es
fácil de entender, pero estoy tan rabiosamente feliz de saber que ha llegado el
momento de luchar hasta matarme y enterrarla, que la alegría me invade y me
supera y me lleva a un estado de plenitud que ni quiero ni soy capaz de contener,
y me doy a su dulzura y a su melodía, y bailo por las aceras y mientras espero
que llegue el tren a Lucerna.
Y es que ya todo
está dispuesto. Seré yo quien dé el primer paso y me lance desnudo al encuentro.
Nos conocemos
demasiado. No ha hecho falta ni una palabra para entendernos. Viene a la paz o
a la guerra, lo que suceda tan solo depende de mí, sabiéndose vencedora sólo en
el caso de que sea yo quien lo haga. No viene a medias, ni con excusas ni
reproches. Ya no.
Entiendo ahora
sus guerras. Entiendo a su vez su paz. Entiendo su soledad y su belleza. Viene
a tenderme la mano y llevarme consigo, como todos aquellos que han osado a
mirarle desnudos de frente.
Y en medio de
esta alegría, ya puede empezar la primera batalla. De algún modo los dos nos
sabemos vencedores de antemano. ¿Quién sabe? Quizás este sea el comienzo de una
amistad imposible. O, quizás, tan solo me esté enamorando.